18 de marzo de 2017

Auto (biblio) grafía

 



Nunca me he considerado una gran lectora, no obstante, siempre he sido una persona con una capacidad de abstracción bastante grande y las obras que he leído en mi vida han enriquecido mucho mi mundo interior, hecho que ahora considero de gran importancia.
A pesar de mi gusto por los cuentos, podría decir que mi infancia estuvo francamente marcada por el cómic, especialmente por las historias de don Francisco Ibáñez con personajes entrañablemente divertidos como Mortadelo y Filemón, la portera de El trece Rue Percebe, Rompetechos, el botones Sacarino y muchos otros más que, por razones de extensión, me aventuro a omitir. Asimismo, también recuerdo con nostalgia las lecturas de Tintin, Charlie Brown, Asterix y Obelix y Mafalda.


Existen dos obras – una poética y otra narrativa – que considero siempre definitivas en mi “inicio como lectora literaria”. Una de ellas fue La historia interminable de Michael Ende. Fue la primera novela con cierta extensión que leí por voluntad propia en la escuela. Para mí hubieron tres elementos fundamentales – aparte de otros más – que determinaron esta novela como mi “novela fetiche”. Por un lado, fue la empatía con el protagonista, Bastian. Me identificaba perfectamente con él por su situación en la escuela y su espíritu de evasión de la realidad; por otro lado, el hecho “metaliterario” – concepto que soy ahora capaz de determinar como tal –, esto es, que el protagonista pudiera entrar en un mundo de ficción dentro del ficcional primario. Para mí, este hecho convertía la historia de Bastian en una realidad de la que yo formaba parte y ambos nos adentrábamos en un libro que cada vez era más envolvente; finalmente, el concepto de la “nada” que se desprende de la novela fue revelador para mí ya que , desde muy pequeña, pensaba en la muerte sin saber muy bien cómo definirla. Creo que esa “nada” que tenía aterrorizado al mundo de Atreyu y Bastian fue para mí determinante.

La otra obra – poética – que me marcó como lectora fue el poema de Antonio Machado “Recuerdo infantil”. Recuerdo que era un poema que se hallaba inserto en el libro de texto que dábamos en el colegio. Cuando lo leímos en clase sentí que me transmitió tranquilidad, serenidad, candor. “No hay nada mejor que estar a resguardo mientras llueve fuera”, pensaba yo y, por unos instantes, yo me hallaba en esa clase, envolviéndome de la fragancia de lo añejo. Sin embargo, nada tenía que ver el comentario “al uso” que realizó el profesor con mis sensaciones. 

El instituto también fue una etapa de enriquecimiento lector, aunque debo decir que fue gracias a las lecturas obligatorias. Sin pensarlo, la generación del 98, que ya tuvo su aparición estelar en el colegio con Machado, siguió en mi camino para quedarse en mi corazoncito. La voluntad de Azorín fue un libro que realmente disfruté. Seguramente no terminé de abarcar el sentido total de la obra, pero me entusiasmaba la relación maestro-aprendiz de Yuste y Azorín, el “diálogo socrático”, en definitiva, la filosofía novelada – no sé si será correcto llamarlo así, pero es así como la considero y me encanta –. Posteriormente, me he rencontrado con esta generación en la universidad. El árbol de la ciencia de Baroja me pareció excepcional, especialmente la parte IV “Disquisiciones”. Ese mismo año leí, por placer, Camino de perfección, y, a pesar que no me agradó tanto como la anterior, realmente había algo de precursora en esa novela.
Retornando al mundo poético de mi etapa en el instituto, recuerdo con mucho cariño a Pedro Salinas. Como dije al principio, nunca he sido una gran lectora y, a pesar de que me gusta la poesía, la falta de experiencia no me permite descubrir el sentido del poema en la mayoría de las ocasiones. En este sentido, rememoro con mucho cariño a mi profesora Benilde, que siempre nos daba las claves para que ningún cabo se quedara suelto. ¡Ese es el placer estético del que hablaba Dámaso Alonso! ¡Qué diferencia cuando entiendes lo que estás leyendo! 


Las novelas de misterio y policíacas también han sido santo de mi devoción. Recuerdo que en el instituto nos mandaron leer Papel mojado de Juan José Millás. Ciertamente disfruté con esa lectura. La intriga, el proceso deductivo, el perfil detectivesco del protagonista, son elementos realmente atractivos para mí. Durante la carrera también he tenido el placer de leer – y conocer – a Lorenzo Silva y sus Cuerpos extraños de la saga Bevilacqua y Chamorro. En el caso de Silva, la novela policial convencional es superada con creces gracias al desarrollo psicológico de los personajes. Esto le da un empaque a la novela realmente especial, casi real.
A pesar de mi gusto por la intriga nunca he sido “muy fan” de las novelas de terror. Ese “mundo interior” al que apelaba al principio de esta redacción es bastante envolvente así que, cuando he leído algo de terror lo he sentido y no me gusta. La colección de relatos Prohibido a los nerviosos de Alfred Hitchcock me ponía los pelos de punta, de hecho solo pude leer uno. La obra que más me marcó en este sentido fue It de Stephen King. Si nunca me habían hecho gracia los payasos, tras ese libro, menos todavía.

En la etapa universitaria no recuerdo ninguna obra que no me haya gustado – de ahí mi miedo, en ocasiones, a la falta de criterio lector -. Todas las obras que he leído me han fascinado, naturalmente, previa selección del docente. No sé si estarán en torno a unas 20 ó 30 obras, pero en todas hay algo especial. Sería demasiado tedioso enumerarlas todas, así que sólo destacaré muy pocas - por razón de extensión - que recuerdo con especial atención. Con respecto al Realismo, la lectura de las obras de doña Emilia Pardo Bazán fueron también “amor a primera línea”. Tanto La cuestión palpitante como Los pazos de Ulloa me atraparon totalmente. Su forma de escribir es excelente, tanto en la gracia como en el halo de misterio que sabe mantener en sus obras. Asimismo la propia vida de la escritora no puede pasar desapercibida al lector novel. Es una escritora francamente interesante. La Regenta también es otra obra de obligada mención aunque, para mí, hallé más valor literario en cuanto a la forma que en cuanto al contenido o tema. La sintaxis y el léxico de Clarín superan con creces, en mi opinión, la trama argumental – pero es una opinión sin fundamento teórico -.
El mundo no ha cambiado mucho, al menos en lo fundamental – afirmación que me aventuré a reflexionar tras la lectura de las obras propias de la Edad Media –. La Celestina, El libro de buen amor y El Cid son obras maravillosas. En ellas se puede realizar una síntesis de las pasiones humanas, que siempre son las mismas, lo único que cambia es la óptica moral desde que se las estudia, en mi opinión. Otro ejemplo, ¿las enseñanzas de Baltasar Gracián en el siglo XVII resultarían anacrónicas hoy en día? A mi parecer, no. De hecho considero que sería necesario revisarlas ya que, actualmente, parece que “hemos perdido el norte”, al menos, en lo fundamental.
Siguiendo con el siglo SXVII, cómo no mencionar al Quijote, magnánima obra de la condición humana. He de decir que el docente que nos descubrió esta obra no es un profesor, es un maestro. Miguel Ángel Lozano no enseña literatura, hace lectores. A través de su ejemplo consigue obtener en el alumno, al menos ese fue mi caso, el sentimiento literario, el respeto a la literatura y, en definitiva, el verdadero gusto por leer.
Finalmente, por no extenderme más, el máster también me ha dado la posibilidad de descubrir o redescubrir a escritores maravillosos como Carlos Ruiz Zafón – sí, no lo había leído antes – y Ana Mª Matute, entre otros. Especialmente esta última he hallado obras encantadoramente perfectas como Paulina y El verdadero final de la bella durmiente, pero también muy duras como Cuentos para niños tontos Pequeño teatro, obra que escribió a la temprana edad de 17 años.

Me dejo muchas obras en el tintero, pero opino que éste es un buen bosquejo de mi trayectoria lectora. Tras reflexionar sobre esta cuestión, pienso que la literatura tiene algo de maravilloso y terrible a la vez, esto es, siempre hallas o descubres autores u obras que te dejan fascinado, pero toda esta maravilla es, por naturaleza, inabarcable.

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